Mi encuentro con el Presidente - Una crónica

Como es la costumbre, me llamaron a último momento para hacer una reparación urgente pero que ya llevaba una semana sin arreglarse.
La casa de gobierno es un edificio majestuoso con detalles de lujo pero centenaria. Si bien toda la construcción es de primera calidad, el tiempo herrumbra y afloja cualquier estructura.
Lo cierto es que entré cumpliendo con todas las medidas de seguridad pertinentes para tan importante lugar y me dispuse a trabajar arreglando este primerísimo baño que detenta el honor de sostener las más poderosas asentaderas del país.
El trabajo era de rutina, pero el detalle que lo cambiaba todo es que el mismísimo Presidente de la República se encontraba allí, trabajando en su oficina, junto al recinto de servicio en el que me encontraba yo, en cuclillas urgando entre tuercas y flexibles buscando una pérdida de agua.
Debo confesar que estaba un poco nervioso, en especial cuando entró al cuarto de baño a refrescarse y arreglarse la corbata (¿me pongo de pie?)
-¿Mucho trabajo?- dijo sin dejar de mirar el espejo.
-Depende del lugar de la pérdida, señor
-Ojalá lo solucione pronto, amigo
Seguí trabajando, pero me sentía extraño. La primera vez que un presidente me dirigía la palabra, no sabía cómo reaccionar.
En eso una ráfaga de aire pasó por una pequeña ventana con tal violencia que tiró de la puerta del baño y la azotó contra la cerradura. Sonó con la fuerza de un trueno.
El susto nos puso rígidos, pero el Presidente sonrió y se dirigió a la puerta. Al intentar abrir descubrimos que estaba trabada. Con la palma de su mano golpeó fuerte llamando
-¡Norberto! ¡Abra que se trabó! - con voz enérgica. Nadie respondió
-Ya va a venir alguien - dije con ánimo tranquilo.
-Eso espero. Hace un rato hice salir a todos y pedí que no me molestaran ¿no tiene algo ahí para abrir?
Busqué en mi caja de herramientas y traté de abrir con un destornillador y con unos alambres, pero yo no tengo la habilidad de los de las películas que abren con una tarjeta de crédito. 
-Vamos a tener que esperar- le dije. Puso cara de fastidio.

Pasó un rato y no había sonido alguno que delatara la presencia de otros empleados. Entonces, respiré hondo, tomé coraje y le hablé.
-¿Le puedo hacer una pregunta? Tengo una curiosidad
-¡Sí, cómo no!
-Cuando ustedes ganan una elección, ¿qué festejan? porque ¡están agarrando una papa caliente!No entiendo
-Es que es un logro para el país. Es el triunfo de la democracia.
-Sí, pero igual. ¿Por qué sonríen? Si tienen que arreglar cosas que no se arreglan nunca. Van a discutir con poderosos, van  a tomar medidas que no le gustan a nadie...
-¡Cómo que no! Las cosas están cambiando. Además queremos que todos estén mejor.- Usando el mismo tono de la campaña electoral
Me quedé en silencio pensando en mi historia familiar. Trabajadores de oficio que siempre estaban sorprendiéndose por los rumbos que tomaba el país. 
Mi abuelo era empleado cuando éramos la séptima potencia del mundo pero con un sueldo de la potencia 70°. Generalmente salimos perdiendo de todas las debacles y nos las arreglamos para apechugar las crisis haciendo malabares con pesos, patacones, Lecop, Lecor, tickets de trueque y demás. Siempre chamuscados por los incendios.

Miré al Presidente que cada vez estaba más fastidioso. Miraba su reloj a cada rato y se daba palmaditas en los muslos para descargar la rabia.
-No se impaciente- le dije -ya va a llegar alguien.
-¡No me gusta que me hagan esperar! Tengo muchas obligaciones y tengo que llevarle a mi hijo un regalo que le prometí.
-¿Algún juguete?
-No, mejor: Un viaje a Eurodisney. Hace tiempo que me lo pide , bueno, ya sabe cómo son los hijos.
-¡Claro!
-¿Usted conoce París?
-No. Una vez fui a Colonia. Con un Groupon. Muy lindo, muy antiguo. ¿Y es muy caro? digo, lo de Disney
-Mas o menos. Una empresa la invitó a mi esposa a una charla y yo aprovecho que tengo que ir por un congreso económico. Pero nada que no se pueda pagar.
-¡Ah! A mí nunca se me dan esas ventajas. Bueno sí. Tengo un cuñado que tiene una casita en San Clemente y me la presta. Pero de Europa, ni hablar.
Me pareció que ya no me escuchaba. Estaba inquieto. 
-¿Se siente bien?
Se sobresaltó con la pregunta que lo devolvió al baño que nos mantenía en suspenso del mundo.
-Sí. Pasa que estamos tomando unas medidas grandes que esperamos que traigan grandes cambios al país. Que sea beneficioso para todos y todas.
-¿Van a subir los salarios?
-No. Son subsidios para el campo para que puedan tener mejor rendimiento. Y ya sabe. Si al campo le va bien, nos va bien a todos.
-!Pero yo no tengo campo!
-No se preocupe, mi amigo, ya va a ver el rumbo que toma la economía.
-Pero ya antes lo hicieron y se fue todo al tacho. 
-Ese fue el gobierno anterior, que hizo desastres y nos dejaron una herencia pesada. Con nosotros va a ser distinto.
-Todos los gobiernos dicen lo mismo y se quejan del gobierno anterior ¿Quién los entiende? Y si hacen lo mismo, ¿por qué va a ser distinto?- le dije medio enojado.
-¡Hay que tener esperanza!- dijo, levantando ambos brazos como si estuviera en el balcón. 
Luego siguió como si hubiera una cámara de televisión.
-Nuestra nueva gestión va a trabajar con transparencia, asegurando que todos los ciudadanos sean más felices.
-Mire que conozco más de un concejal que en diez meses nomás la juntó con pala y se fue mudó para hacerse una casa en un barrio cerrado. ¡y de la policía! tengo miedo hasta de hablar porque en el barrio todos nos conocemos y sabemos dónde se hace cada matufia. Y la cana está a la vuelta y no hace nada ¡todos lo sabemos!
-Mi amigo algo está por cambiar, algo bueno está por venir. Tenga fe- dijo mirando al espejo
En eso se escuharon ruidos del despacho presidencial y con una vuelta de llave lograron abrir la puerta y rescatarnos de este encuentro.
-Norberto, dele a este hombre, representante de la gente, un café y una caja de navidad para su familia- dio media vuelta y salió del despacho.
Me di vuelta y vi que todavía estaba la pérdida. La arreglé y me fui, sin la caja, porque a Norberto no lo encontré en ningún lado.

Aclaraciones
Esta pequeña historia ficticia es una fantasía que tengo, hace tiempo, de hablar cara a cara con los gobernantes y hacerles preguntas de este tipo para ver qué responden. No estoy pensando en este presidente o los anteriores sino en todos, porque el denominador común es un tipo de discurso hecho a medida y acciones que siempre dejan a los más débiles en el lugar del dolor y las pérdidas.
Hay muchas otras preguntas para hacerles pero el espacio no permite tanta extensión. 
Quiera Dios que un día podamos tener gobernantes que puedan dar la cara y hablar sin tapujos con las personas que los votamos y de quienes son mandatarios. A nosotros se nos deben.

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